martes, 11 de mayo de 2010

NOTA DE INTENCIÓN DEL DIRECTOR

Hace un año, el gran guionista egipcio Waheed Hamed me pidió que leyera un guión que había escrito. Dudo que entonces alguno de los dos sospechara cuál iba a ser el resultado. Ambos procedemos de dos mundos cinematográficos muy diferentes. Las películas basadas en los guiones de Waheed Hamed suelen ser muy buenas, muy directas y dirigidas al gran público. Hago cine de autor y tengo la reputación de ser menos accesible. Pero ambos sabíamos que nos unía algo: nuestro amor por el cine y una preocupación profunda por el individuo en una sociedad que tiende a aplastarlo.
Hace más de 10 años que el cine egipcio margina a las mujeres con carácter. Tradicionalmente se enseñaba a las mujeres como maravillosas estrellas en la piel de personajes reales, orgullosas de su feminidad.
Ahora, las películas tienden a encerrarlas en el papel de esposa, madre, hermana, novia, meros objetos de deseo (de ahí la necesidad de velarlas), o de malas mujeres bajo la tutela de personajes virtuosos interpretados por las megaestrellas masculinas, un claro reflejo de la misoginia reinante en la sociedad egipcia.

Una de las características más atractivas del guión de Waheed Hamed es la inversión de papeles, convirtiendo a los hombres en objetos de deseo. No se trata de la vanidad del autor, sino de la auténtica paradoja de la sociedad egipcia. Más del 70% de los hogares egipcios dependen del trabajo de las mujeres. Pero en vez de aceptar la realidad y, por lo tanto, reconocer a las mujeres como iguales, la sociedad les impone una presión constante exigiéndoles cada vez más sumisión.

Formalmente, esta paradoja me ha permitido enlazar con una gran tradición del cine egipcio, el género de los melodramas soberbios con sus espléndidas mujeres.

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